El y
ella podrían estar juntos. Pero a veces no es así. El dolor y el rencor no dan
lugar a reparar un daño. Relegan el amor. Prefieren olvidar a éste. Porque ven
en los ojos del otro una necesidad que no pueden cubrir. No Es una necesidad
mental o corporal. Es una necesidad espiritual.
Él mira hacia la derecha.
Ella hacia la izquierda. Están ahí frente a frente. Pero no se ven. No se
trascienden. Como si fuesen sombras. Hay un velo. No pueden verse los rostros
claramente. En realidad nunca se dedicaron el tiempo para ver. Sólo se miraban.
El la miraba incluso hasta
cuando se besaban. A ella le molestaba que él no cerrase los ojos. Que no se
conecte con el sentimiento presente, como si tuviese miedo de enamorarse. Él
nunca se lo dijo, pero le molestaba el romanticismo casi estúpido de ella.
Pero allí sentados, mientras
conversan, mientras intentan ponerse de acuerdo, mientras tiran de esa cuerda
hacia sentidos diferentes a punto de romperse, se siguen mirando... Sin ver...
Seguramente él jamás notó el lunar de ella sobre el labio derecho. Seguramente
ella jamás notó los ojos grises de él. Sólo se miran sin desconectar sus
mentes. Por momentos se reflejan ellos mismos... Como si fuese un espejo
empañado. Sí... Se parecen tanto... Serán entonces como el mismo polo que se
repele? Será acaso el egoísmo que los separa? El ego... Por ellos mismos. Ese
ego que pone una pared frente al otro.
No es que no quieren. Sino
que no pueden. Es más doloroso resignar sus "yo" que resignar ese
sentimiento que no saben si quiera qué es. Porque no se atrevieron a vivirlo
nunca en realidad. Nunca... Nunca ni por un segundo desde que se conocieron
hace dos años. Al principio, la música que tenían en común, el vino, el teatro,
ese sexo apasionado pusieron sobre la mesa un quizás... Pero se desvaneció
sonando como eco en las montañas.
El camino del conocimiento no
alcanzó. El velo jamás cayó.
El y ella terminan ese café.
Cruzan la calle y se prometen volver a ver alguna vez. Con otro vino, otra
canción, otra oportunidad. Aunque sabían que lo que imaginaron siempre con el
otro nunca se cumplió.
El y ella cruzaron la calle
de la mano. Tímidos. Siempre estaban tímidos. Siempre eran dos desconocidos. Él
nunca supo lo que escondían sus ojos. Ella nunca descubrió los misterios de su
alma que quería conocer.
Ellos jamás se conocieron en
realidad. A pesar de los dos años... Y las horas. La cantidad de horas.
Cuando llegaron al otro lado
del cordón volvieron a besarse apasionadamente. Se soltaron las manos. Ella
tomó el camino de la izquierda. Él el de la derecha. Y sus teléfonos no
volvieron a marcar los números. "nos volveremos a ver alguna vez" No
sucedió. El orgullo de ella era más grande que sus deseos. La necedad de él era
mucho más grande aún que cualquier comprensión. Una vez más, ellos volvieron a
decir palabras cruzadas, palabras vacías. Una vez más ellos volvieron a no
decirse nada, tras un último amargo café.
M. Belén Ferrer.
Marzo 2017.
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