Sobre este blog...

Tomo una palabra, una imagen, una idea y en minuto mi creatividad vuela. Mis manos se mueven solas sobre el teclado. Como pianista acelerado. Mis palabras, sólo traducen lo que mi mente crea. La única forma de avanzar, es haciendo. La mejor forma para mi de expresarme es escribiendo.

Artista

jueves, 16 de marzo de 2017

El sabor amargo del café


El y ella podrían estar juntos. Pero a veces no es así. El dolor y el rencor no dan lugar a reparar un daño. Relegan el amor. Prefieren olvidar a éste. Porque ven en los ojos del otro una necesidad que no pueden cubrir. No Es una necesidad mental o corporal. Es una necesidad espiritual.
Él mira hacia la derecha. Ella hacia la izquierda. Están ahí frente a frente. Pero no se ven. No se trascienden. Como si fuesen sombras. Hay un velo. No pueden verse los rostros claramente. En realidad nunca se dedicaron el tiempo para ver. Sólo se miraban.
El la miraba incluso hasta cuando se besaban. A ella le molestaba que él no cerrase los ojos. Que no se conecte con el sentimiento presente, como si tuviese miedo de enamorarse. Él nunca se lo dijo, pero le molestaba el romanticismo casi estúpido de ella.
Pero allí sentados, mientras conversan, mientras intentan ponerse de acuerdo, mientras tiran de esa cuerda hacia sentidos diferentes a punto de romperse, se siguen mirando... Sin ver... Seguramente él jamás notó el lunar de ella sobre el labio derecho. Seguramente ella jamás notó los ojos grises de él. Sólo se miran sin desconectar sus mentes. Por momentos se reflejan ellos mismos... Como si fuese un espejo empañado. Sí... Se parecen tanto... Serán entonces como el mismo polo que se repele? Será acaso el egoísmo que los separa? El ego... Por ellos mismos. Ese ego que pone una pared frente al otro.
No es que no quieren. Sino que no pueden. Es más doloroso resignar sus "yo" que resignar ese sentimiento que no saben si quiera qué es. Porque no se atrevieron a vivirlo nunca en realidad. Nunca... Nunca ni por un segundo desde que se conocieron hace dos años. Al principio, la música que tenían en común, el vino, el teatro, ese sexo apasionado pusieron sobre la mesa un quizás... Pero se desvaneció sonando como eco en las montañas.
El camino del conocimiento no alcanzó. El velo jamás cayó.
El y ella terminan ese café. Cruzan la calle y se prometen volver a ver alguna vez. Con otro vino, otra canción, otra oportunidad. Aunque sabían que lo que imaginaron siempre con el otro nunca se cumplió.
El y ella cruzaron la calle de la mano. Tímidos. Siempre estaban tímidos. Siempre eran dos desconocidos. Él nunca supo lo que escondían sus ojos. Ella nunca descubrió los misterios de su alma que quería conocer.
Ellos jamás se conocieron en realidad. A pesar de los dos años... Y las horas. La cantidad de horas.
Cuando llegaron al otro lado del cordón volvieron a besarse apasionadamente. Se soltaron las manos. Ella tomó el camino de la izquierda. Él el de la derecha. Y sus teléfonos no volvieron a marcar los números. "nos volveremos a ver alguna vez" No sucedió. El orgullo de ella era más grande que sus deseos. La necedad de él era mucho más grande aún que cualquier comprensión. Una vez más, ellos volvieron a decir palabras cruzadas, palabras vacías. Una vez más ellos volvieron a no decirse nada, tras un último amargo café.

M. Belén Ferrer.
Marzo 2017.


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