Sobre este blog...

Tomo una palabra, una imagen, una idea y en minuto mi creatividad vuela. Mis manos se mueven solas sobre el teclado. Como pianista acelerado. Mis palabras, sólo traducen lo que mi mente crea. La única forma de avanzar, es haciendo. La mejor forma para mi de expresarme es escribiendo.

Artista

lunes, 16 de julio de 2018

La belleza no está en la cima


Su respiración se agitaba cada vez más. Intentaba hacerla más profunda, pero los pulmones ya dolían. Cada vez que intentaba respirar más hondo, sentía que en realidad se asfixiaba más. Como esas contradicciones de la vida, cuando se quiere salir adelante y los obstáculos aparecen con más intensidad.
El cielo estaba totalmente cerrado. Cubierto de nubes grises oscuras y negras, sobre otras grises más claras. Lo único que pensaba él era “que no llueva, que no llueva”. Daba un paso sobre las rocas, otro sobre tierra, esquivaba ramas, avanzaba con firmeza a pesar del esfuerzo. Y sólo se repetía a sí mismo como mantra “que no llueva, que no llueva”. Dio un paso más sobre una roca embarrada. Su pie resbaló y con el otro trastabilló. Soltó las manos de la mochila con el afán de hacer equilibrio y recomponerse en la marcha, cuando sintió la primera gota de lluvia sobre su mano extendida en equilibrio.
Miró al cielo, con rencor. Sintió que las nubes se reían de él. Se movían con la corriente del viento y él sentía que estaban bailando riendo a carcajadas. Entonces detuvo la marcha. Aprovechó a buscar el piloto dentro de la mochila y a tomar un poco de agua. Mientras se quitaba la mochila de la espalda, la apoyaba sobre una roca y revolvía el interior buscando el piloto, negaba con la cabeza. Y se repetía “No puede ser, no puede ser, siempre me pasa lo mismo, siempre es lo mismo”.
Volvió a emprender la marcha. Envuelto él y su mochila en el piloto. Caminaba mirando el suelo, en una actitud de resignación pero también de costumbre. Cada montaña que se disponía a escalar, cada maravilla del mundo que debía subir a ver, él caminaba ligero, pensando en el objetivo, pensando en llegar, imaginando el paisaje que le esperaba. Y también siempre llovió. Sólo una vez logró ver un cielo azul como el océano pacífico. Fue cuando escaló el Gran Cañón. Pero no iba hacia arriba, sino hacia abajo. Así que, allí estaba. Otra vez con el deseo de llegar a la cima. Otra vez con poco tiempo, otra vez, con lluvia, otra vez caminando apurado, otra vez… con la cabeza gacha, mirando hacia abajo.
El piloto estaba pinchado. Seguramente se había enganchado con alguna rama en alguna aventura pasada. El agua se filtraba, dejando que la mochila comience a mojarse. Las nubes continuaban danzando con el viento, y el agua comenzaba a caer con más fuerza aún. Lucas se enojaba cada vez más. “es increíble que cuanto menos quiero que algo pase, más pasa” Se decía a sí mismo balbuceando. Unos minutos más luego de varios pasos, notó que la mochila se hacía cada vez más pesada, que el agua mojaba sus medias y el barro se hacía cada vez más lodo. Se veía casi con la imposibilidad de avanzar, los orificios de la nariz se le abrían cada vez más en busca de oxígeno y él sentía que aunque sus pulmones se llenaban de aire, no le era suficiente para respirar. Pero a pesar de aquello, no abandonaba la marcha. Lucas nunca abandonaba la marcha. Sólo pensaba en la cima.
De repente su pie se atasca entre dos rocas. Hace fuerza para quitarlo. Luego de varios intentos, al fin logra sacar el pie, pero la mochila era ya tan pesada que no pudo mantener el equilibrio y cae con fuerza hacia atrás. De un segundo a otro está todo embarrado, mojado, aquí tirado en el piso y balbuceando “por qué esto me pasa a mí”. Ya no tenía fuerza para levantarse. Ni fuerza física ni mental. Estaba acabado.
Otra vez con la cabeza gacha, la respiración comienza a calmarse y el corazón bajar el ritmo. Lucas se mantiene inmóvil, con la cabeza gacha al suelo. Allí sentado, en silencio, comienza a escuchar el ruido de su respiración, comienza a notar el ritmo de su corazón. Se da cuenta que están coordinados, que se necesitan mutuamente. ¿Qué haría su cuerpo sin la respiración? Qué ¿haría su cuerpo sin su corazón? Están estrechamente conectados. Depende uno del otro. Y por esa razón, bailan al mismo ritmo. “Son como las almas gemelas del cuerpo físico.” Piensa. Luego, se ríe. Se da cuenta que está delirando. No puede creer las deducciones que saca su mente. Se ríe, se ríe más fuerte, y empieza a notar como las células se activan con la risa. El cuerpo entonces entra en calor, y se pone de pie. “hoy voy a llegar, a pesar de la lluvia, riendo”. Y continúa la marcha.
Ríe, y mira al cielo. Ríe y abre la boca, siente las gotas de lluvia que embocan en el orificio y siente el sabor a lluvia. A agua limpia a agua pura. Abre los ojos, las gotas golpean sus párpados y aunque le cueste mantenerlos abiertos, hace el intento. Grita despacio, grita más fuerte y unos pájaros que se refugiaban entre los árboles vuelan hacia arriba. Sacuden las hojas, y un montón de agua cae sobre su cara. La disfruta. La huele. Huele a humedad, a tierra mojada, a briza fresca. Huele. Y por primera vez se da cuenta de que la lluvia tiene olor.
Entonces camina. Camina riendo, y recordando que el sol, también tiene olor. Lo recuerda de niño. De cuando su madre traía la ropa ceca de la terraza. Esa ropa acartonada por el sol que todavía estaba tibia. Y Lucas la olía mientras su madre la doblaba sobre la cama. Él recuerda ese olor, como el olor a sol. La naturaleza entera tiene un aroma… un aroma y un ritmo. Y él estaba bailando con él. Por primera vez  en todas sus caminatas. Quizá no le cuente a sus amigos lo que vio en la cima. Quizá le cuente, mejor aun, lo que vivió durante la subida.
Y de repente, sin pensar en la cima sino en todo lo demás, se encuentra arriba. La lluvia cesa. Las nubes continúan allí. El viento en la altura sin árboles es aún más fuerte, cierra los ojos, éste golpea su cara, la velocidad es tanta que siente que no puede llegar a respirarlo. Abre los brazos, piensa que si se quita la mochila pesada, sale volando.
Está totalmente convencido que no verá el panorama de Río de Janeiro desde el Morro Dois Irmaos. Como tampoco vio el Cristo, ni  Machupichu, la estatua de la libertad y mucho menos Lanin. Pero esta vez, vio todo lo demás. Y ya no le importaba. Porque había caminado tres largas horas viendo la mismísima maravilla que es la vida, más valiosa que tan sólo una imagen para la foto.

M. Belén Ferrer
31-08-2017

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