La
vida del mochilero va de lujos a miserias. Puede gastar fortunas en una cena y
luego vivir a enlatados durante días. Puede darse el lujo de un hotel caro y
luego acampar en lugares inhóspitos como en una plaza o en un monte en medio de
naturaleza, rebuscándoselas sin un centavo.
El mochilero no tiene
miedo. Se las rebusca solo, no paga una excursión con guía. El mochilero no
tiene más guía que sí mismo. Porque el mochilero escribe sus propias reglas sin
que nadie lo limite.
El mochilero viaja solo por un tiempo conectándose con su
espíritu y luego busca viajar en grandes grupos para conectarse con los demás. Compartir,
es el motivo que lo hace querer conectarse con las personas que están en su
misma sintonía. No busca el amor de una pareja, más bien cree que ésta lo
limita, no busca más que el amor en la forma más verdadera y pura.
El mochilero es libre de hacer y de ir a
donde desee, dejó atrás la rutina, todas aquellas cosas materiales y personales que pongas en su cabeza la palabra “volver”. Porque para el mochilero “volver” y “atrás”
no se encuentra en su diccionario. Él entendió que la vida está siempre al
frente y se animó a vivirla.
El mochilero camina sin mirar atrás por senderos
desconocidos valiéndose por sí mismo, poniendo todas sus capacidades al límite,
desarrollando un amor innato por la naturaleza. Frío o calor, lluvia o nieve no tienen importancia, para el
mochilero todos los días son de sol. Se sumerge en la entorno, en el paisaje
haciéndose uno y enfundado un respeto por este. El mochilero desarrolla un
inmejorable sentido por la supervivencia. Aprendió a ver el mundo y sobre todo, a sentirlo.
La huida del mochilero es la búsqueda de sí mismo en un viaje directo hacia el
alma. Para el mochilero, el infinito
existe… Piensa en lo que puede hacer y
lo hace sin miedo a nada.
M. Belén Ferrer
20/04/2015
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