“Puedo sentir cómo la gente que está aquí a mi alrededor hace
bullicio, eco. Como abejas picando. Porque la gente se mata con el amor que se
tienen mutuamente. Así es todos los días en el mundo”.
Me gusta dormir. Porque cuando cierro mis ojos, veo todo lo
que quiero ver, y estoy donde deseo estar. Me veo montando mi caballo en verano
a orillas del mar en una noche cálida y estrellada… Siento el viento golpear en
mi cara y el vaivén del caballo al andar. Cierro los ojos, respiro, suelto mis
brazos, el caballo va sólo. Siento mi alma en libertad, inmortal. Me apodera un
sentimiento único perfecto, paz. Nada falta y nada sobra, paz. Porque así son
los sueños, aún mejor que los deseos. Porque los primeros, toman la forma y la
velocidad que queremos. Los deseos en cambio, tienen que ser muy meticulosos al
planearse.
Cuando soñamos, todo es mágico aunque irreal, todo es perfecto
y afecto. Qué contradicción. Y si algo malo pasara en ellos, no importa, porque
al despertar ya no estará allí. Los sueños alimentan la vida, aunque la vida no
dependa de los sueños.
Existen momentos en la vida que son como un dulce sueño, y
nos sentimos increíbles porque no podemos creer que algo tan lindo suceda en la
realidad.
(Este texto fue escrito en el año 2007. Lo encontré entre apuntes y notas, entre hojas de la novela que nunca fue, en una caja perdida cuando me mudé.)
M. Belén Ferrer
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