Sobre este blog...

Tomo una palabra, una imagen, una idea y en minuto mi creatividad vuela. Mis manos se mueven solas sobre el teclado. Como pianista acelerado. Mis palabras, sólo traducen lo que mi mente crea. La única forma de avanzar, es haciendo. La mejor forma para mi de expresarme es escribiendo.

Artista

miércoles, 11 de noviembre de 2015

El remedio es la enfermedad. (cuento)





A Carolina se le antojaban cosas. Cada cosa que deseaba, Carolina lo quería. Porque no le bastaba con un sueño, una ilusión, o la sensación de cómo sería aquello si tuviera lo que ella anhelaba. No. Carolina quería la cosa en sí. Ella necesitaba palparla, olerla, mirarla, besar, saborear, para sentir que era suyo de verdad. Por ejemplo, si a Carolina le gustaban las flores, no le bastaba con mirarlas en una hermosa pradera. Ella necesitaba arrancarlas, tenerlas en sus manos, llevársela a su casa, examinarlas, hallar el polen dentro, que le combinen con el cuarto, que le perfume la ropa hasta que las pobres flores morían. Si a Carolina le gustaba el dulce de leche, a ella no le bastaba con untarlo al pan. Ella quería tomar el pote, agarrar una cuchara, y saborear el dulce. Sentir una gran cucharada diluyéndose en su boca, que se le pegoteen los labios, hasta que le doliera la panza. Así de intensa era Carolina. Descreía totalmente de la idea de que las cosas se podían aprender o vivir a través de los ojos de otros. “Eso es sabiduría” decía un escritor que leyó alguna vez. Pero ella refutaba la idea, y pensaba “No tiene sentido. Tiene que ser vivido en carne propia. Al diablo todo lo demás”. Así iba Carolina por la vida. Intensa, aplicaba sus cinco sentidos a cada paso que daba. Le ponía vida a todo, a aquellas cosas que la tenían, le ponía más énfasis aún. De los pájaros admiraba sus colores, la forma de caminar. Más que caminar, Carolina lo sabía bien. Los pájaros no caminan, van pegando pequeños saltitos, minúsculos, silenciosos, rápidos. Y mueven la cabeza veloz hacia un lado y hacia otro, abriendo los ojos negros y mirando las enormes cosas del alrededor. Agitando las alas, erizando el pelaje por el escalofrío del viento. Sí, Carolina la niña, lo miraba todo. Cada detalle del mundo. Una tarde estaba tirada al piso observando el recorrido de unas hormigas. Su madre al verla, enojada le dijo “¡Qué haces Carito revolcada en el suelo, eso no se debe hacer, levántate ya mismo!”. Carolina girando la cabeza lentamente por encima de sus hombros y parpadeando casi a la misma velocidad, aún en el suelo, miró a su madre y le respondió “Qué, ¿Está mal ser curiosa?”. Sí. Así era Carolina. Curiosa, la vida era un misterio que ella tenía que descubrir, como una caja de regalos que abría a cada segundo. 

De joven, quería ser bailarina. Quería sentir la música, mover el cuerpo al mismo ritmo en el que la música agitaba su corazón. Quería ser bailarina y por supuesto lo fue. A veces lloraba cuando bailaba, sonreía, temblaba. Cada sentimiento que las canciones le transmitían ella lo expresaba. Era como si quisiera hacerle entender a la gente el torbellino de sensaciones que tenía dentro suyo. Pero el resto sólo aplaudía diciendo “¡Qué bailarina que es Carolina!”. Sólo eso. Más de una vez, se enfadó. Primero con ella, creyendo que no se expresaba bien. Luego con los demás, porque no podían ver lo que decía. Y luego con el mundo entero. ¡Cómo! ¡Cómo era posible que nadie supiera bailar a su ritmo! Nada, ni una piedrita en el mundo entero, iba a su mismo ritmo. Fue el día que dejó la danza. Entonces quiso Cocinar. Sí. Carolina comprendió que con ese oficio se muestran los cinco sentidos. No cabe duda. 

Cocinaba todo tipo de manjares. Dulces, salados, suaves, crocantes. Humeante el pan recién salido del horno. Probó las cocinas de todos los países. Viajó a China, estuvo en India, paseó por Francia. Abriendo y cerrando ollas por doquier. Era líder en la cocina. Llegó a ser Chef y a tener su propio servicio de catering. No había sabores como los de Carolina. 

            Pero ella, la curiosa, entrando a la vida de adulto, tuvo que aprender que las cosas no eran así. Que ella no podía tener todo. Y que había cosas que en la vida, debía perderse.  Después de todo, la vida resulta corta, y el tiempo no le alcanzaba a Carolina para hacer todo lo que deseaba. Para ver todos los colores, para recorrer todos los países, para vivir todo tipo de experiencias. Un día, Carolina tuvo que conformarse. Conformarse… esa palabra fue la que usó el médico el día que le dijo que no iba a volver a caminar. 

Porque como una cosa lleva a la otra, la danza frustrada la llevó a Carolina a la cocina. Y la cocina la puso en el horno. El día que fue atropellada por aquel coche, corriendo detrás de un pastel de casamiento, recordó entonces las palabras que leyó en aquel libro una vez “Sabio, es quien aprende de los demás”. Y ella ante el golpe en su rostro aquella tarde de Julio, sólo pudo decir “Ouch”. 

Cuando fue traslada al sanatorio, ya no podía usar sus cinco sentidos. Veía nublado, no entendía quien estaba a su lado, dónde estaba, de donde venía el olor que percibía a desinfectante. Tenía las manos entumecidas, no podía tocarse, no podía sentir dónde estaba recostada. No oía del todo bien. Bullicio, sólo escuchaba bullicio y se movía a toda velocidad. Carolina por primera vez se sintió atormentada. No podía dominar la situación. Se dejó llevar, se entregó, se desmayó. 

Sin más, de la noche a la mañana, como si no fuera cierto que la vida cambia en un segundo, en un simple parpadeo, en un minúsculo instante. Carolina en un segundo estaba corriendo tras el pastel de su primera boda de cáterin, algo que la tenía totalmente ansiosa y feliz, y al segundo siguiente tenía el pastel destruido en su rostro. Así de irónica fue la vida para Carolina. Así de precisa fue la enseñanza que la vida tuvo que ponerle delante. Nada más y nada menos que de un segundo para otro, un pastel en la cara, arrojado con la misma intensidad con la que ella vivía. Como si dos fuerzas de igual potencia hubiesen chocado y provocado el big bang, así, en un segundo. 

En la habitación del hospital ella seguía atormentada. Sólo pensaba “Bueno, a ver cuándo termina este circo, tengo mucho que hacer para perder acá el tiempo”. Pero la gente a su alrededor sólo le decía “Tenés que parar. Pará, Carolina”. Y paró. Tuvo que hacerlo. Lo comprendió sólo cuando el médico fue preciso “No vas a volver a caminar. Nunca más Ni a bailar nunca más. Quizá puedas cocinar… en tu casa”.
Cuando regresó a su hogar meses después, se sintió sola. Por primera vez y a los 35 años, Carolina se sintió sola. La gente iba a un ritmo más veloz. Incluso para llegar al living la gente era más veloz que Carolina. Lloraba. Desconsoladamente. No podía comer, no deseaba usar ninguno de sus sentidos. Carolina sólo lloraba al ver cómo los demás llegaban más rápido al living. No quería imaginar qué sucedía fuera. No asomaba nariz por la ventana. Pensaba que se iba a sentir impresionada, todo le parecía una película acelerada. Por primera vez, Carolina sintió que era ella que no estaba a ritmo del Universo. Se había quedado atrás. 

Fue entonces en los últimos días de marzo, cuando todavía el sol quema pero no tanto, cuando despacio en su silla fue hacia la puerta del jardín. Carolina estaba totalmente en Stop. Todo su cuerpo, no solo sus piernas, habían dejado de andar. Carolina observó. Por primera vez, no estaba mirando, estaba Observando. No se detuvo en un solo pájaro, en una sola flor, en una minúscula hormiga. Carolina estaba con su silla de ruedas sobre el suelo rojizo de la galería, sintiendo la cálida briza de marzo, mirando todo en su totalidad. Cómo cada cosa estaba en armonía con el resto. Las flores estaban escondiéndose porque el frío venía, los pájaros cantaban por la falta de lluvia, los charcos estaban inmóviles por el escaso viento. Y el silencio, decoraba toda la escena. Entonces, el silencio fue el sonido más atormentador para Carolina. Fue la primera vez que escuchó el silencio. 

Carolina al fin comprendió. La palabra del médico “conformarse”, la transformó en “disfrutar”. La belleza de la vida no estaba en hacer grandes cosas, cosas fabulosas para mostrarle a la gente, para que entendieran lo que ella sentía. Para que el mundo viera sus logros, sus grandes aventuras y recorridos. Para escuchar cuando la gente decía “Cómo canta Carolina,  cómo baila Carolina”. Ahora estaba sobre sillas de ruedas, y a nadie más que a ella le importaba. Lo que fue un día nadie lo recordaría, más que ella misma. A nadie más le importaría cuántas montañas atravesó, cuantos escenarios bailó. La gente ahora sólo decía “Pobre Carolina” y sin más lo olvidarían. Carolina comprendió que sólo debía sentir y vivir sus propias emociones. Porque el mundo de los otros era demasiado inmenso como para fusionarse con el suyo, y que en esa silla  cabía sólo ella. Carolina comprendió que la felicidad  y la grandeza, estaban simplemente en el té con las amigas de la tarde, en la sobrina jugando con sus gomas de cabello, y el brindis de un veinticinco de diciembre. De un amor que dice sinceramente “te quiero” y en poder observar en su patio la quietud del paisaje cuando se tiñe de rosado al atardecer. Porque a Carolina la vida le pedía  que afloje, que pare, que vea. Y justo en ese momento, fue cuando se dio cuenta de las cosas. Pudo ver que las pequeñísimas cosas, las que la gente ni cuenta, eran las grandes. 

Conformarse… Carolina  no podía tener la noche y el día, el sol y la lluvia, el mar y el río, andar en sillas de ruedas y bailar. Carolina comprendió una palabra más todavía. Elección. La vida se trataba de pequeños segundos de elección. A cada minuto se debe elegir. Disfrutar de un verano en la playa, o ir a la montaña, bailar o cocinar, disfrutar la noche, o despertar temprano en la mañana, cruzar la calle corriendo para llegar a tiempo con el pastel, o detenerse en el semáforo para finalmente obtener el pastel. Elección. Conformarse, detenerse. Y esas palabras ahora para Carolina, tenían sentido. Y estaban bien. Así tenía que ser.  Entonces, a la inversa de cuando bailaba, Carolina sintió que no comprendía el ritmo acelerado al cual se movía el mundo. 

 M. Belén Ferrer 
    11/11/2015

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