Cuando se fue percibió una vez más esa mirada fría. Que negó una y otra vez cuando buscaba sus ojos, que jamás la miraron con ternura, con amor. Percibió el deseo de irse. Aunque su cuerpo nunca lo retuvo, esta vez era su corazón el que le abría la puerta, y la cerraba con firmeza.
Sólo una vez días después se preguntó dónde habían quedado esas ganas, esa curiosidad y la ternura de su trato. Dónde había quedado... Dónde... Pero no lloró. Nunca derramó una sola lágrima por él.
Esta vez tampoco lo iba a hacer. Porque las lágrimas son dudas, son deseos no cumplidos, es el alma queriendo expresarse, liberar un gran "por qué" .
Ella no tenía lágrimas. No tenía dudas. No tenía por qués. Al contrario. Estaba segura de si misma. Segura de lo que quería y segura de dejarlo ir.
Era un adiós sin dolor, era un adiós sin amor.
M. Belén Ferrer.
3-6-2017
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