Sobre este blog...

Tomo una palabra, una imagen, una idea y en minuto mi creatividad vuela. Mis manos se mueven solas sobre el teclado. Como pianista acelerado. Mis palabras, sólo traducen lo que mi mente crea. La única forma de avanzar, es haciendo. La mejor forma para mi de expresarme es escribiendo.

Artista

sábado, 6 de octubre de 2012

Testimonio


No conocí a otro perro igual que sepa disfrutar tanto de la naturaleza. Ella nació con el frío de Mayo, en una casa grande
y con el único calor de su madre. Sus “paseos” se llamaban abrir la puerta hacia 6 hectáreas de pasto. Al abrirse salía corriendo entre los pastizales y saltaba como un conejito entre las hiervas. Así creció. Sabía disfrutar el cálido sol de otoño o primavera, recostada en la galería y con su cabeza erguida al viento, sintiendo cómo éste fluía entre su pelaje que se zarandeaba en la brisa.
Durante el verano, creo que fue el único perro que no siendo apto para el agua, disfrutaba de la misma. Corría alrededor de la piscina esperando que le arrojaran agua, como si fuese algo que pudiese agarrar. Ladraba y circulaba mojando y embarrándose, se divertía a cada momento. Pero ella no iba sola, esperaba que su dueño salga también, para sentirse segura o quizá para mostrarnos cómo se divertía. Y miraba hacia atrás a su dueño como niño que le dice a su madre “mirá mamá, mirá lo que hago”
Cuando se mudó a la ciudad, no entendía qué era una correa o no se sentía a gusto al estar atada a su dueño. Era graciosa ver como no comprendía la utilidad de la misma. Es más, hasta pasados unos años, ella caminaba siempre delante volteando la cabeza para ver si su dueño iba detrás de ella… aunque seguía sujeta
a la correa.
Extrañó el verde, pero rápidamente se acostumbró a salir a la vereda a correr a las palomas, de la misma forma que corría los pájaros en el campo. Por supuesto, nunca pudo agarrar ninguna, pero ella jamás perdió las esperanzas. Fue, a pesar de sus 7 años, un eterno cachorro.
Cuando se quedaba sola, esperaba recostada sobre el respaldo de un sillón junto a la ventana, donde entraba ese rayito de sol que ella sabía disfrutar y dormía con la calidez del día. Al escuchar ruido en la puerta, se estremecía y se acercaba a saludar al recién llegado con los ojos achinados del sueño y el pelaje pegado al cuerpo.
Heredó de su madre, perro también inigualable, el mismo carácter, las mismas costumbres, los mismos juegos – ambas se apasionaban con una pelotita que iban a buscar cuando alguien se las arrojaba, y mientras estuvieron juntas se peleaban por la misma – heredó también de Mily, ese instinto sumamente agudo que la ponía al límite de pensar que era un perro con inteligencia. Que no hacía falta regañar, no hacía falta gritar, ni enseñarle nada. Era inevitable la frase de la gente: “eso no es un perro, es un bebé”.
Siendo sólo lo que fue, conquistó el corazón de muchos, y en el último tiempo, fue el nexo conector entre mis hermanas y yo.

En memoria a "Chula".

Maria Belén Ferrer,
05 de Junio de 2012

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